Por Pamela
Schaab Pfeiffer*
No sólo estamos hechos de sueños, de ambición o deseos; estamos hechos
de miedos, de perplejidad, de asombro. También estamos hechos de recuerdos y de
futuros imaginarios; de preguntas, olvidos y silencios… ¿De dónde vengo? ¿Quién
soy? ¿Hacia dónde voy? Son interrogantes que acompañan y conducen nuestro
peregrinar en la vida. Pero… ¿qué sucede cuando el pasado que nos interpela se
nos muestra confuso? ¿Y cuando cargamos con la herencia de un pasado traumático?
Es el caso de los hijos de quienes fueron detenidos-desaparecidos durante la
última dictadura militar, en nuestro país.
Afortunadamente, “uno de los fenómenos culturales y políticos
más sorprendentes de los últimos años es el surgimiento de la memoria como una
preocupación central de la cultura y de la política de las sociedades
occidentales” (Huyssen, A. 2001) Dentro de los eventos más significativos, figuran las
masivas conmemoraciones al cumplirse los veinte años del golpe militar. Entre
los agentes de esta nueva visibilidad setentista, se encuentra la agrupación H.I.J.O.S.
A su vez, la proliferación de fuentes
testimoniales, constituyó un valioso marco de referencia para el abordaje y la
reconstrucción de nuestro pasado más reciente.
Pero ese despertar a la memoria
no culminó ahí. Actualmente atravesamos un complejo período de auge de
conmemoraciones, escenarios de juicios y luchas simbólicas de empatía con las
víctimas; todos con el fin de reivindicar, homenajear, tener presente y poner a
salvo del olvido esos inconclusos del pasado.
A continuación, acerco la
historia de vida de la Dra. Viviana Poggio, hija del compañero Horacio N.
Poggio, periodista entrerriano detenido-desaparecido.
Su caso es muy conmovedor, vivió durante años creyéndose una historia que se había inventado de niña
tras la desaparición forzada de su padre, para convencerse de que él no la
había abandonado. Cuando pudo rearmar su historia y ponerla en palabras, se
reencontró.
Como dice Beatriz Sarlo, “el lenguaje libera lo mudo de la experiencia, la
redime de su inmediatez o de su olvido y la convierte en lo comunicable, es
decir, lo común” (2005: 29).
Nos necesitamos para sobrevivir, pero también nos
necesitamos para entender. Viviana hoy conoce
la importancia de su testimonio en el entramado de la historia, es
militante de H.I.J.O.S Regional Paraná y trabaja en la Secretaría de Derechos
Humanos de la Provincia.
La historia...
“Tengo dos instancias de recuerdos (los que viví y
los que me contaron), porque en realidad hay un hito que es la separación de
mis viejos: Horacio Poggio y Raquel Camilión”, explica Viviana.
Viviana tenía once años de edad cuando se
llevaron detenido a su padre.
La noche del 23 de julio de 1976, ella
estaba de visita en la casa de la capital cordobesa en la que vivía Horacio
junto a Angélica, su nueva pareja, y los frutos de ese amor, Carolina y
Sebastián. Eleonora estaba apenas a un mes de nacer.
Viviana no podría imaginar por entonces –y
ni siquiera después de muchos años- que al final de esa jornada despediría a su
padre para no volverlo a ver.
Esa noche, Horacio no regresó de trabajar, y
a Viviana la noticia la dejó absorta. Un amigo de su padre se dirige a ella
diciéndole: “te voy a llevar a lo de tu mamá, porque tu papá está preso”. Esas
palabras hicieron que la vergüenza se apoderase de todo su ser, por lo que ella
entendía que significaba ser preso político en aquella época. Durante el viaje,
ni una sola palabra más sobre el asunto.
Una vez en casa de su mamá, se dirige a Raquel y a Roberto –su nueva pareja- quienes
le preguntan por qué había vuelto tan temprano, y entre lágrimas les dijo que su
papá Horacio estaba preso. El baño fue el lugar que eligió para quebrarse y
llorar sin que nadie se diera cuenta. De allí en adelante, todo fue mutismo y
silencio absoluto.
Sin embargo ella creía que lo ocurrido
a su padre, era cuestión de transición y que pronto sería liberado. Mientras
tanto, su vida con Raquel y Roberto transcurría normalmente y sin averiguaciones
sobre el paradero de Horacio; aunque por entonces, en la calle ya se respiraba un
clima de miedo y el deseo general de pasar desapercibido.
Atrás habían quedado “los años con vientos
de libertad, de mucha música, de mucha biblioteca”, como lo recuerda Viviana.
Las reuniones con los amigos de su papá, en que los hijos eran un poco hijos de
todos; donde abundaban las empanadas, el vino, y las conversaciones borrachas
de ideales hasta la madrugada, también cesaron. En el año ‘76 se acabó la
música, dejó de sonar la melodía del compromiso que Viviana había oído desde la
cuna.
Pero
Horacio no aparecía y Viviana se enojó mucho. Empezó a pensar que quizás su
padre se había escapado y que no quería verlos. Pero como también ella había perdido
el contacto con sus hermanos, inventó la historia de que Horacio se había ido a
México junto a Angélica y los niños. Y eso le sirvió como respuesta inmediata
para todos aquellos “entrometidos” que le preguntaran por su papá. Tanto lo
repitió que terminó por creérselo y es cuando Viviana entra en un profundo letargo
del que tardará años en despertar.
A los catorce, conoce a Luis y se ponen de
novios. “Por suerte él no tenía inhibida la curiosidad como yo”, exalta
Viviana. Es ese novio de la secundaria, quien se pone la causa de Horacio al
hombro para permitirle a la jovencita, entrar en otra historia. No obstante
Viviana, en lugar de actuar, se perdía en quimeras. Es que, cómo explicar desde
el encierro, cuánto miedo da salir a ese mar de dudas…
Con el advenimiento de la Democracia, Viviana
ingresa en la facultad y en el año 1987 se recibió de Odontóloga. Finalizados
sus estudios, contrae matrimonio con Luis y se van a vivir a un pueblito de
pocos habitantes en la provincia de Entre Ríos, con la idea de empezar una
nueva vida. Pero eso no se consigue mientras exista un pasado no resuelto, con
tantos interrogantes por responder y una experiencia traumática semejante en
torno a la figura de un padre.
Entonces llegan sus dos hijos, y fueron
ellos quienes punzaron la burbuja en la que vivía Viviana, poniéndola frente a
su realidad. Llenos de curiosidad preguntaban a su madre por el abuelo Horacio;
con ellos crecía el deseo por conocer qué recuerdos estaban aún presentes en Viviana
de su padre, y eso la obligó a repensar qué fue lo que ocurrió.
Ya adolescentes, los nietos de Horacio
abrazaron su historia y comenzaron a asistir a las marchas del 24 de marzo
junto a su padre Luis. Y fue así que Viviana, supo darse cuenta de que como la
suya, había miles de historias parecidas. A partir de entonces, se reencontró
con la música del compromiso y las reuniones de militancia.
Se acercó hasta H.I.J.O.S, donde tras
presentarse se le comunicó que era muy bienvenida y que la estaban esperando.
Viviana no se sorprende del curso que tomó su
vida y el de su familia, “de acá venimos y hoy me puedo hacer cargo de eso, por
supuesto después de haberme reencontrado”, dice al respecto. “Después de todo, se
siente incómodo no saber quién es uno en realidad”.
Bibliografía:
- v HUYSSEN, A. (2001) Pretéritos presentes: medios, política, amnesia, en En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.
- v SARLO, B (2005) Crítica del testimonio: sujeto y experiencia, en Tiempo Pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI Editores, Buenos Aires.
- v JELIN, E. (2002) ¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria?, en Los trabajos de la memoria, Siglo XXI, Madrid.
*Pamela Schaab Pfeiffer es estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social de la Fac. de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos. La presente entrevista fue realizada para la cátedra "Problemas Contemporáneos de la Comunicación", bajo la titularidad de la Prof. Gabriela Álvarez.
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